La puerta de mi casa


Era una tarde hermosa, un sol radiante resplandecía en las montañas y se abría paso entre las nubes. Después de la Universidad iba hacía mi casa con el deseo de disfrutar un buen almuerzo con el toque único que una madre puede darle.

Como me toco un conductor algo lento y mi casa queda algo lejos, me dispuse a disfrutar  el viaje observando el paisaje y las locuras de los transeúntes.
Veía como los niños gritaban y jugaban en  los parques, los perros, el señor de atrás que hacia sonar con ímpetu la bocina del carro, y otros como yo, también rumbo a sus hogares. Pero había algo que me llamaba la atención, en medio de tanto movimiento, estaban algunas personas sentadas en las calles pidiendo algo que comer, niños mirando que tenía mamá para darles, otros con la vejez a flor de piel esperando que alguna persona se detuviera a saludar. Fue  un momento de sentimientos encontrados; todos corrían para ir a un lugar, mientras ellos querían encontrar un lugar mejor que ese.

Hemos dejado pasar nuestra vida diaria con la rutina  de siempre, sin apreciar que hoy no es un día de rutina; cada día es único con momentos únicos como para subestimar su valor.

Agradecí todo lo que el Señor nos había regalado y la oportunidad de un día más de vida y Su Amor. Cuando llegue a mi casa recordé cuando estaba por primera vez ahí y pude abrir la puerta de mi casa. 

 El gran amor del Señor nunca se acaba,
    y su compasión jamás se agota.
23 Cada mañana se renuevan sus bondades;
    ¡muy grande es su fidelidad!
24 Por tanto, digo:
    «El Señor es todo lo que tengo.
    ¡En él esperaré!» Jeremias 3:22

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